Hasta el próximo 15 de mayo, puede verse en la Sala Rekalde de Bilbao la exposición de Marina Núñez Tapar para ver o "El ojo vago".
La recurrencia de la figura femenina en la obra de Marina Núñez no deja de ser un posicionamiento de partida claro y tajante en un mundo donde es la figura masculina (ausente de su obra) la que se pone siempre como modelo de lo humano. Sin embargo, a partir de la lectura de esa figura femenina, Núñez consigue ofrecer una reformulación de la identidad humana más allá de su adscripción genérica. Por ello, una interpretación de su obra centrada únicamente en la cuestión del género no acaba de agotar las posibilidades inscritas en sus pinturas, vídeos y fotografías, que constituyen un conjunto reacio a los sentidos unívocos presentes en las creaciones de otras muchas artistas que actúan desde posicionamientos ideológicos más feministas.
Como avanzábamos, las obras de Núñez ponen al descubierto la manera en que nuestra cultura construye “lo femenino”, como muestra su tríptico videográfico Ingenio (2010), donde tres mujeres sucumben ante una serie de construcciones e imágenes que la cultura (educación, sociedad…) les impone hasta impedirles alzarse del suelo.
Pero dado que principalmente de lo que se trata al hablar de la identidad femenina es de una manera de ver (a la mujer) que no tiene nada de natural ni de inocente, en la obra de Núñez se privilegiará justamente el hecho de mirar, encarnado en la recurrencia figurativa del ojo.
El ojo (la visión) no registra pasivamente lo que tiene delante sino que, análogamente al film de Buñuel con el que se dialoga en la muestra, debe ser puesto constantemente en cuestión, sometido a tensión, violentado (tachado en palabras de Jenaro Talens) para poder aprender a ver de otra manera. Así, en Visión (2007) o Desintegración (2011) parece aludirse al nacimiento de la mirada o a la búsqueda al menos de una mirada primigenia.
En ese sentido, también se proclamará en muchas de sus obras la liberación de la conciencia como mecanismo que restringe y condiciona nuestra percepción a favor de una visión y conocimientos nuevos y más inmediatos. Las referencias al surrealismo vienen aquí solas, con el poder concedido al subconsciente o a la locura. Pero en este punto es donde el mensaje debe dejar de leerse únicamente en términos de género, pues frente a la liberación anhelada por algunos de los discursos más comprometidos (y en última instancia más políticamente correctos), las imágenes que nos propone Núñez no tienen nada de tranquilizador, sino que nos ponen de lleno frente al problema de la alteridad. Se abre la puerta para que irrumpa lo siniestro, el horror latente bajo lo cotidiano, lo monstruoso que se esconde tras la máscara de lo bello.
La locura en la obra de Marina Núñez, más que de liberación, está llena de sufrimiento: los ojos pierden sus órbitas y la carne se muestra desollada.
La reproducción del iris en Multiplicidad (2006) es tan ambigua, que el gesto de fruncir los párpados de la protagonista no sabemos si obedece a su voluntad por ver de otra manera o al horror que siente ante lo que le está sucediendo (y observando).
La misma búsqueda de esa mirada primigenia de la que hablábamos antes somete al ojo a una explosión o lo presenta encerrado en una caverna nada acogedora.
En último término la obra de Núñez nos recuerda que salirse de la cultura solo nos permite vernos como otro y experimentar esa mezcla de horror y atracción que se ponen en juego cuando percibimos cómo allí se mezclan identidad y diferencia.
Por ello, en algunas de sus obras, las figuras parecen pertenecer ya de lleno a otras formas de existencia.
En Sin título (Ciencia ficción) (2007), el estado de las mujeres resulta altamente ambiguo ¿Nos contemplan con indiferencia? ¿resignación? ¿acaso nos interpelan? En medio de un paisaje desértico son capaces de generar vida aunque el precio que tengan que pagar sea el de su cuerpo. Esa fertilidad que las ancla a la tierra estéril les impide levantarse tanto como a las protagonistas de Ingenio.
Pero es en Ocaso (2007) donde se va más allá, hasta el punto de rebasarse el umbral de lo reconocible como humano y entrar de lleno en lo monstruoso.
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