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martes, 13 de noviembre de 2012

José Guerrero: To come back

En su nuevo emplazamiento en la calle Velarde, la galería Alarcón Criado inaugura la temporada con una muestra individual del fotógrafo granadino José Guerrero titulada To come back.



La obra de José Guerrero se encuentra centrada en el paisaje y la acción del hombre sobre el mismo y ha venido prestando especial atención a los lugares donde esa relación crea una suerte de espacios de fricción que se escapan al control racional del urbanismo: zonas degradadas, edificios abandonados o entornos rurales que parecen resistir al embate de la modernidad.




A pesar de su presentación en series agrupadas por una referencia topográfica, las fotografías de Guerrero tienden a huir del localismo para documentar un estado general del paisaje que no puede ser ceñido a un lugar geográfico concreto. Esa tendencia a la deslocalización le ha permitido encontrar elementos de afinidad, por ejemplo, entre el desierto de Arizona y el de Almería, como nos sugiere en este trabajo, donde el artista parece menos preocupado por fotografiar lugares geográficos que por aproximarse al lugar imaginario en el que estos se han convertido.



To come back se presenta inicialmente como un doble retorno por parte del autor. Por un lado vuelve a un lugar, a unos paisajes que ya fotografió al inicio de su carrera. De otro lado, como anticipábamos, se reencuentra con el medio desértico, muy presente en varias de sus series anteriores. No obstante, ese retorno, que podría quedarse en el ámbito de lo meramente biográfico o en una recurrencia bastante superficial de su trayectoria, consigue alzarse como una sugerente propuesta al espectador que implica poner a examen la propia práctica de la fotografía paisajística.


El objeto de ese retorno no tiene nada de inocente, pues enfrentarse al paisaje americano supone, más allá del encuentro con un espacio dado, la confrontación con una larga tradición que hunde sus raíces en el propio nacimiento del género del paisaje fotográfico y que se gesta entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX con autores como Timothy O’Sullivan, William Henry Jackson y llega hasta Ansel Adams. Más allá del registro ese territorio natural, esos pioneros estaban llevando a cabo una apropiación de esos territorios vírgenes al mundo civilizado, bajo el amparo legitimador del discurso científico y del artístico (en ese sentido, desde la perspectiva del arte occidental, quizá aquí radique una de las primeras expresiones artísticas genuinamente norteamericanas). Esa labor culminaría posteriormente con el medio cinematográfico al cual, como tendremos ocasión de ver, no es indiferente esta muestra.

Tampoco tiene nada de inocente que este trabajo se haya realizado bajo la tutela de Mark Klett , padre del refotografiado, cuya obra surge precisamente de la doble confrontación con el paisaje americano y las imágenes que éste había generado, como se muestra en Second View: The Rephotographic Survey Project y en Third View .
La poética de Klett, consciente de que tras una imagen, antes que la realidad, hay un discurso, nos debe llevar también hasta el gran movimiento que reformularía el género del paisaje favoreciendo su eclosión en las últimas décadas: The New Topographics. Sus autores no solo prestaron atención a la manera en el hombre había trasformado su entorno, sino a cómo la imagen paisajística era inseparable de la mirada que la construye, punto a través del cual, a pesar de su pretendida neutralidad, no podían dejar de articular un posicionamiento crítico.

Fruto de todo ese bagaje, el retorno de Guerrero está presidido por la certeza de que no solo ya no existen territorios vírgenes, sino que tampoco existen ya miradas vírgenes que se puedan enfrentar a las mismas. Pero por ello no se procede a realizar un ejercicio de nostalgia, que trate de emular la manera en que otros, previamente, construyeron esas imágenes, situándose de forma fetichista ante un objeto irremediablemente perdido. En todo caso podríamos hablar de melancolía, no del objeto, sino de las propias imágenes que nos permitieron reconocer esos lugares como parte de nuestro imaginario y de nuestra memoria.

Como se nos sugiere desde el título, To come back es una experiencia de viaje. Un viaje de retorno, donde las fotografías que podemos contemplar funcionarían no tanto como testimonio de haber estado allí (frente a la foto del turista, que acentúa todos los indicios que marcan el paso del espectador por ese lugar memorable, las fotos de Guerrero aparentan una relación neutra con lo fotografiado), sino como resultado de un découpage, al insistirse en los lazos que nos llevan de una a otra, como hacen los elementos de raccord en el cine, sugiriendo entre ellas un desplazamiento. En esas fotos, donde la presencia humana es siempre metonímica, no parece establecerse otra temporalidad que la indefinida que llevó a la captación de cada una de ellas, quedando la duración como un hiato incuantificable.


Ese aspecto resulta especialmente patente en las fotografías agrupadas que ofrecen distintos ángulos, insistiéndosenos en el proceso de observación del objeto, más que en el objeto mismo.



En la serie Dust Storm (Chinle, Arizona) el propio objeto paisajístico llega casi a desdibujarse, al plasmarse desde distintas vistas donde los elementos de continuidad no son siempre identificables. La disposición de los elementos en el conjunto tampoco le permite al espectador reconstruir el recorrido del fotógrafo. En consecuencia, se desmonta el lugar geográfico (y por ende el tiempo inherente a su recorrido), dejando al observador de las imágenes solo ante la tarea de organizarlas, en medio de esa imprecisa tormenta de arena que, fruto de la operación de evacuación del tiempo referencial, parece menos responder a un aspecto contingente que a un aspecto cualitativo del territorio.



Pero el mejor ejemplo del tipo de viaje que propone Guerrero aparece en el políptico dedicado al Monument Valley, integrado por cinco vistas del famoso parque, franqueadas por una imagen de una montaña nevada y otra de los perfiles cruzados de dos ásperas colinas cubiertas de matorrales. Ese lugar estará para siempre vinculado al cine de John Ford y la pieza de Guerrero parece registrar no tanto la presencia inmemorial de las formaciones rocosas como la ausencia de los elementos que las convirtieron en el escenario de un relato mítico. La disposición espacial de las fotografías sugiere un recorrido, donde las dos imágenes exteriores al parque, colocadas en los extremos derecho e izquierdo de la instalación, inducen a articular el conjunto en torno a un recorrido fuera/dentro/fuera que tiene por eje interno las cinco imágenes del parque. Sin embargo, en el grupo central, la lejanía respecto a las montañas conforma un recorrido dubitativo, en el que resulta difícil discernir si hay una aproximación o un alejamiento, como si se certificase la imposibilidad de llegar a dar con ese lugar que está en nuestro imaginario, debiendo contentarnos con esas imágenes en las que hasta el color parece ser un pálido recuerdo del saturado technicolor que rebosaba en Centauros del desierto. El referido carácter dubitativo se ve reforzado por el hecho de que entre las imágenes se establecen relaciones confusas en torno al par continuo/discontinuo. Dos de las imágenes sugieren un retroceso hacia la derecha del punto de vista, mientras que otras dos (tomadas desde el lugar conocido como John Ford's Point) muestran una engañosa identidad allí donde en realidad ha habido un ligero desplazamiento (apenas perceptible en el suelo del primer término y en los diferentes vehículos que, en la distancia, recorren la carretera y corresponden necesariamente a dos momentos temporales distintos).


Ese recorrido y esa ausencia podrían hacer eco al tema de la búsqueda que articulaba la citada The Searchers y que constituye a nuestro juicio el corazón de la presente muestra. Antes que llegar a un espacio físico concreto, Guerrero parece empeñado en llegar al mito que subyace tras todas las imágenes. La dificultad de esa empresa la resumía perfectamente la canción que abría los títulos de crédito de la referida película de Ford.

What makes a man to wander?
What makes a man to roam?
What makes a man leave bed and board
And turn his back on home?
Ride away, ride away, ride away
A man will search his heart and soul
Go searchin' way out there
His peace of mind he knows he'll find
But where, oh Lord, Lord where?
Ride away, ride away, ride away

Pero si inalcanzable es ese mito (el del lugar que ocupan esas imágenes en nuestro imaginario) no menos difícil de transmitir es la experiencia de ese viaje. Por ello, Guerrero no puede dejar de abordar la práctica del paisaje fotográfico desde una óptica discursiva, apostando, más concretamente, por su dimensión de discurso poético, donde en vez de incidir en la supuesta belleza, se hace hincapié en la manera en que las fotos riman entre sí y con otras imágenes previas que conforman su contexto, respondiendo formalmente a las preguntas que se formulan al iniciar ese viaje múltiple de retorno. El corpus que conforma To come back es la mejor manera de afrontar esa búsqueda y compartir esa experiencia.

Página web de José Guerrero


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