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viernes, 17 de agosto de 2012

Invitación al viaje: Sentido y sostenibilidad

Amparada en el Año de las Culturas por la Paz y la Libertad  que promueve el Gobierno Vasco, se presenta en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai la muestra Sentido y Sostenibilidad , que se podrá ver a lo largo de todo este verano (hasta el 23 de septiembre).
Se trata de un proyecto comisariado por Alberto Sánchez Balmisa donde 10 artistas internacionales han llevado a cabo otras tantas intervenciones en distintos emplazamientos de la comarca vizcaína bajo la premisa de que su trabajo fuera, tal como sugiere el título, respetuoso con el entorno. Por ello el proyecto Sentido y Sostenibilidad es un buen test para reflexionar sobre la compleja relación que mantiene con éste el ser humano, y sobre la manera en que acercarse a la naturaleza no puede de dejar de ser una forma de crear sentido, a través de su indefectible transformación en cultura.


El espacio protegido de Urdaibai ha conocido un largo historial de intervención humana, del que las actuales políticas conservacionistas no son sino una última metamorfosis, con una intención controlada y, en último término, un propósito de sostenibilidad que aúnen la conservación con el desarrollo . Habitada por nuestros más remotos antepasados, que ya dejaron sus huellas artísticas en las paredes de Santimamiñe, el río Oka, su estuario y las montañas que se levantan en la comarca de Urdaibai han sido el escenario de sucesivos asentamientos humanos que han erigido comunidades con el fin de llevar a cabo sus actividades sociales, económicas o políticas, como testimonian hoy día los pueblos con sus iglesias y frontones, sus fábricas y puertos, huertas y canteras, carreteras y albergues.


La aspiración al equilibrio entre la naturaleza y la cultura tiene los perfiles de un mito que, como Jano, muestra una doble cara. La que mira hacia atrás, hacia el pasado, se ampara en el mito del buen salvaje o imagina un mundo arcádico (como hicieron algunos de los artistas que constituyeron la primera generación de pintores vascos entre fines del siglo XIX y del XX, en pleno apogeo de la industrialización), mientras que su contraria no puede dejar de mirar hacia delante y plantearse ese mundo como utopía, más o menos próxima, o más o menos posible.
Decíamos que las actuaciones llevadas a cabo en Urdaibai portan en su corazón el problema sobre qué relación se establece entre el ser humano y aquello que le rodea, al que no han sido ajenas en el último medio siglo numerosas propuestas artísticas (es el caso del land art  o el trabajo de Ibarrola en el bosque de Oma, dentro de la misma comarca) que, en un contexto artístico más amplio, facilitaron el desplazamiento del término de obra por el de intervención. En algunos casos la intervención puede ser entendida como una interposición entre dos partes con problemas de reconciliación y creemos que es en esa línea donde se sitúa justamente la propuesta de Sentido y sostenibilidad.


No es por ello casual que los diez trabajos hayan sido concebidos bajo el signo de lo efímero y lo provisional. El caso más extremo lo propone Gunilla Klingberg cuyo trabajo A Sign in Space solo puede observarse los días en que la bajamar coincide con la madrugada. Su patrón de estrellas extendido sobre la arena de la Playa de Laga se adapta a la ley natural de las mareas, sabiendo que será destruido tanto por la pleamar, como por las huellas de los visitantes. En el otro polo, la excepción a esa temporalidad viene de la mano de Liam Gillick y su colorista fachada para la Fábrica Astra en Gernika, único elemento que, situado en el casco urbano, permanecerá más allá de la muestra.


Birds, de Oscar Tuazon, es probablemente donde más marcadamente se efectúa una irrupción de lo humano en el elemento natural. El artista emplaza dos lugares de descanso en la ruta que lleva hasta la ermita de San Pedro de Atxerre. El banco que invita a sentarse está hecho con piedra de la cercana Markina y sin embargo, su forma prismática, tan perfecta, y su acabado pulido, no pueden evitar subrayar la huella humana, aspecto que se verá reforzado a nada que el caminante aguce el oído y se dé cuenta de que de los árboles surge un hilo musical que sustituye al canto de los pájaros. Nuestra percepción de lo natural, parece decir, en una especie de lectura controlada de la contaminación acústica que rodea al hombre contemporáneo, está determinada por nuestra experiencia previa, por nuestra condición de seres civilizados  hasta el punto de no poder desprendernos de ella y no poder situarnos en la naturaleza más que como intrusos.

Tanto Lara Almarcegui como Haegue Yang fijan su atención en dos de las numerosas canteras de la comarca. Tectonic texture, de la coreana Yang, levanta una columna o un monolito con diversas losas de piedra local. El trabajo de Almarcegui, por su parte, ha consistido en el cálculo de los materiales de la Peña Forua, sede de varias minas de hierro y canteras de caliza abandonadas, así como de una cantera en activo, dedicada a la extracción de piedra con la que producir cemento y hormigón. Desde ese punto de vista, pocas actividades pueden dar cuenta tan certeramente de ese proceso por el cual el ser humano se alimenta de aquello que destruye como es la minería. Eso hace también que el recuento de Almarcegui, siendo un acta (colocada sobre la pared de la cantera), tenga además un carácter provisional, pues la montaña va siendo dinamitada para extraer los materiales de construcción, modificando así su volumen y su composición. Además llama la atención irónicamente sobre cierta manera simplista de entender la realidad como una mera suma de partes, pues la montaña, con sus galerías y canteras, es tanto la adición de esos elementos presentes, como la ausencia de aquellos que ha sido extraídos y conforman su fisionomía característica (baste recordar el proyecto de Chillida para Tindaya).


La forma en que la naturaleza es abordada por la cultura es el tema de El visitante, de Renata Lucas. Esta artista brasileña ha colocado un árbol típico de su país, la Sibipiruna  frente al roble de Gernika, ilustrando así la tesis que exponíamos al principio de que la naturaleza acaba trasformada en cultura, al mostrar cómo ambos árboles han abandonado el mundo natural para convertirse en símbolos.


Maider López en su trabajo In situ  parece preocuparse menos por el entorno natural que por el modo en que el ser humano se adapta a él para desarrollar sus actividades. Al colocar una serie de baldosas amarillas en nueve emplazamientos, pretende llamar la atención sobre las actividades humanas cotidianas que se realizan en la comarca, poniendo especial énfasis en aquellas que llevan aparejado un intercambio (de transeúntes, mercancías, experiencias, noticias…) para acabar creando una cartografía subjetiva de lo cotidiano y lo anodino que puede resultar un perfecto punto de arranque para el conocimiento de la comarca de Urdaibai.


Porque del conjunto de los 10 trabajos que constituyen Sentido y sostenibilidad se desprende una puesta en valor del propio territorio, articulado en el recorrido que el espectador debe crear para unir esos puntos al ofrecer, como nos dice la guía de mano “una plataforma de diálogo horizontal, una comunidad de experiencias, un registro en el que tal vez los visitantes de este proyecto puedan verse también representados”. De esta forma, el visitante acaba convertido en autor de su propia obra (o quizá sería mejor decir protagonista de su propia intervención): su viaje por Urdaibai. A él le corresponde seleccionar el trayecto a seguir, elegir los puntos a los que quiere llegar, el orden, la duración de sus visitas… puede incluso perderse y descubrir lugares diferentes a los que la muestra le sugiere, hasta encontrarse frente a ese entorno y preguntarse, a su vez, qué relación mantiene él con lo que le rodea y con la naturaleza, transformando así, como propusieron tantas veces los románticos, el viaje exterior en uno interior y la contemplación del paisaje en la de uno mismo. Después de todo, quizá no haya otra utopía posible respecto a la naturaleza que la de reconocerse como parte de ella.



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