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viernes, 17 de febrero de 2012

Lara Almarcegui: El punto de partida es el lugar

El punto de partida es el lugar.

Así de claro definía Lara Almarcegui en una entrevista la manera en que pone en marcha sus proyectos.

¿Y el punto de llegada?

El punto de llegada debería ser el sujeto susceptible de relacionarse con ese lugar.

En las siguientes líneas examinaremos la manera en que el discurso artístico de Almarcegui está construido como un trayecto que aspira a unir ambos polos. Partiendo del lugar se pretende llegar al espectador para proponerle una toma de conciencia sobre su relación con su entorno. En vez de ofrecer un objeto artístico cerrado, se le brinda una posibilidad de aprendizaje, una aventura de descubrimiento en la que él mismo debe verse implicado.


Almarcegui ha trabajado de forma sistemática sobre la ciudad, el espacio más cotidiano e inmediato ya para la mayor parte de los habitantes de este planeta, centrándose en lo que se suelen calificar como sus márgenes. Las ruinas y sobre todo los descampados, normalmente ignorados y despreciados, son su campo de acción preferido. Sobre ellos procede a través de dos estrategias, solo aparentemente contradictorias, que a continuación expondremos.

Sus trabajos más célebres son aquellos en los que predomina el aspecto documental, llevándose a cabo una tarea de investigación, catalogación y observación. A esta línea pertenecen las Guías de Descampados que ha ido realizando en Sao Paulo, Ámsterdam o la ría de Bilbao, así como la documentación de lugares abandonados como la sede del Festival Internacional de Jardines de Liverpool.



En todos ellos domina una idea respetuosa de no intervención en el entorno que la sitúa muy lejos del land art con el que algunas veces se le ha pretendido vincular y que daría a su tarea un color casi notarial, al levantar acta del estado de las cosas en un momento dado, pues en todos los casos actúa ante algo efímero, susceptible de desaparecer bajo la presión voraz del desarrollo urbanístico o simplemente por el paso del tiempo.

Cualquiera que use sus guías para visitar esos lugares (o se deje llevar por sus vídeos, fotos o diapositivas) no podrá dejar de constatar que irremediablemente ya no son lo que(como) eran. Su propuesta enunciativa tiende a hacer recaer el protagonismo en el aquí y el ahora, en detrimento del yo (limitado en muchos casos estrictamente al punto de vista perceptivo). Rechazando el tan manido carácter subjetivo de la obra de arte, aspira a que sean los lugares quienes se expresen por sí mismos.

Y esa expresión se hace a través del Tiempo, co-protagonista con los lugares de la obra de Almarcegui, puesto que estos acceden a su verdadera condición al ser puestos en relación con él de forma inseparable, casi nos atreveríamos a decir como las dos caras de una misma moneda. El recurso a la estrategia documental tiene la virtud de congelarlos en su devenir (a través de la filmación, fotografiado o registro). Pero esa acción no se propone detener su fluir ni enmascararlo, sino hacer que el espectador se enfrente a la precariedad de los lugares y, por extensión, a su propio sometimiento al tiempo.

La planificación urbanística trata también de esos descampados y restos, pero lo hace inversamente, a través de su sometimiento en el tiempo, es decir su ordenamiento, su racionalización y la preservación del resultado hasta que pierdan su condición marginal y residual. Un buen ejemplo de esa manera de actuar es el proceso de “monumentalización” al que se someten las ruinas en nuestras ciudades, al tratar de preservarlas y hacerlas memoria permanente, congelada. Sin embargo el trabajo de Almarcegui no persigue eso, sino dejar que la memoria no interfiera en el tiempo, que ambos interactúen o dialoguen, convertidos en punto de encuentro para el sujeto, que a su vez podrá así participar del encuentro con el lugar.

Buen ejemplo de ese proceder sería su no-intervención en Zaragoza a orillas del Ebro, al preservar una de sus riveras, dejándola fuera del plan de la Expo, para abrirla a la vegetación silvestre, a las crecidas y menguas del río, a la fauna y al paseante solitario que encontrará allí todo lo citado, sometido tan solo a los ciclos de la naturaleza.




La otra línea de trabajo de Almarcegui sí que interviene directamente en el lugar. A esta corriente pertenece el remozado del mercado de Gros antes de su derribo o su proyecto de huerto. No obstante aquí también está presente el factor temporal, que agudiza su presencia hasta que lo efímero parece constituirse en el carácter consustancial de esos proyectos y, por extensión, de esos lugares.


En consecuencia, intervenir o no hacerlo no es la dicotomía fundamental de su obra. De hecho, otros proyectos, como Retirar el suelo de parket de la sala de exposiciones, gabinete gráfico, Secesión, Viena, se hayan a medio camino entre lo performativo (la retirada de los listones y su posterior colocación) y lo documental.


Decíamos que no hay contradicción entre esas dos estrategias y ello se debe a que ambas tienen en común el establecimiento de una relación entre el lugar, el Tiempo y el sujeto. Un segundo punto común lo hallaremos en su rechazo a la utilidad. Los lugares solo pueden ser considerados como espacios degradados, olvidados o ruinas desde un punto de vista utilitario. Contra éste se alza la intervención inútil, como el gesto de remozar aquello que va a ser objeto de derribo. Frente a una concepción que considera los espacios atendiendo principalmente a su finalidad, su uso, su rendimiento y por extensión su sometimiento a las leyes del capital, la propuesta de esta creadora reivindica a los lugares por sí mismos.

Esto supone asumir una nueva forma de interactuar con el entorno por cuanto, al menos desde la óptica occidental, el ser humano se ha relacionado con él básicamente en términos de sometimiento y explotación (así los lugares vírgenes debían ser conquistados, los baldíos sometidos a la regeneración).

Desde esta perspectiva podríamos decir que el trabajo de Almarcegui posee una firme carga política. Pero el carácter político debe ser enmarcado dentro de esa misma reivindicación de la no finalidad que se convierte en un fuerte gesto poético. Pues, antes que nada, su trabajo es una invitación a que el espectador se confronte con los lugares despojados de toda finalidad, convertidos, como él mismo, en pura temporalidad. Por ello decíamos al iniciar estas líneas que el espectador debe ser el punto final del trabajo de Almarcegui. Para eso debe estar dispuesto a asumir la posibilidad de un aprendizaje y una aventura que lo lleven al descubrimiento de sí mismo en aquello que tiene ante su mirada.



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